Las armas de fuego no se inventaron hasta finales de la Edad Media, pero los caballeros disponían de muchos otros artefactos mortíferos con los que luchar.
El arma con que abría la lucha la caballería era la lanza. Resultaba ideal para ensartar a enemigos a pie, especialmente cuando se les perseguía. Gran parte de la fuerza del caballo podía transmitirse por la punta de la lanza en el momento del impacto. El tapiz de Bayeux, que representa la conquista de Inglaterra en 1066 por parte de Guillermo I, muestra a los caballeros normandos sirviéndose de sus lanzas para atacar a quienes se cruzaran en su camino.
La carga inicial de la caballería tenía a menudo como resultado la pérdida de sus lanzas o terminaba en una escaramuza. En cualquiera de los casos, los caballeros solían cambiar el arma por la espada. Un caballero alzado sobre los estribos de su caballo podía descargar una espada con tremenda fuerza sobre la cabeza o el tronco de su adversario. Las espadas eran las armas más empleadas en combates cuerpo a cuerpo entre los caballeros.
Otras opciones de armas para las escaramuzas eran el martillo, el mazo el hacha y el mayal. Los martillos y los mazos eran especialmente populares entre los caballeros de las órdenes monásticas militares, que pretendían obedecer así la amonestación que hace la biblia contra el derramamiento de sangre, lo que era inevitable con las armas blancas.
Los caballeros no usaban bajo ninguna circunstancia armas arrojadizas de ningún tipo. El matar a un oponente con una flecha o algún otro proyectil era considerado poco honorable. Es por esto que los arqueros eran menospreciados por la mayoría de los caballeros, ya que disparaban sus armas a distancia y no se enfrentaban cuerpo a cuerpo.
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