domingo, 14 de junio de 2009

Historia magistra vitae

La historia es la maestra de la vida. Y no sólo de la actividad práctica (como generalmente se entiende este aforismo) sino también y ante todo de la vida intelectual que rige la acción conociendo la realidad. La mejor manera de evitar pasos en falso es conocer lo real; tarea que resulta imposible de realizar sin volver los ojos al pasado y ver cómo han actuado y a cuales resultados han llegado quienes se esforzaron en averiguar la explicación de los hechos y de las cosas.

La forma en que los hombres viven la historia y la cuentan depende de la forma en que comprenden el tiempo. Ha cambiado al hilo de la propia experiencia, desde el tiempo cíclico que entregó su rasgo central a la intelección clásica del mundo —cifrada en la sentencia historia magistra vitae—, hasta el tiempo acelerado de la contemporaneidad, pasando por el más uniforme de la modernidad.

Cicerón ha hablado de la historia como "historia magistra vitae". No en el sentido de que nos de recetas seguras para el futuro, como si la historia se repitiese, sino para comprender nuestros orígenes, nuestra identidad, para tener una experiencia de vida.

La vieja Historia griega y la historia magistra vitae ciceroniana exhalan un extraño aroma de eternidad, de negación del tiempo crónico con el fin de ubicar los acontecimientos en su sitio, la duración para siempre de donde deriva nuestra eternidad. Las palabras Cicerón, el viejo senador romano, han seguido resonando hasta nuestros días como una inexcusable invitación a adentrarse en los misterios de la historia. Pero aun más que eso, siguen estimulando a escrutar directamente en la significación y sentido del ser histórico.

Esta paradoja clásica que la historia como disciplina y narración impida la conciencia de la historia como vida que inscribe su sentido en sus propios avatares se ve correspondida, tras la fusión del cristianismo con la Modernidad, con una paradoja inversa: aquí es justamente la convicción exacerbada de la historicidad de las criaturas, la idea de estar expuestos mortalmente al tiempo la que impedirá la constitución de la narración histórica, despachada como descripción de un mundo fabuloso y sustituida por una Filosofía de la Historia que habría de ser paralela en su exactitud y predictibilidad a la Filosofía Natural.

Este concepto es históricamente anterior a la formulación romántica de una idea de la Historia. Por esto se puede señalar que, hasta la llegada del romanticismo, la invocación al pasado como fuente de enseñanzas para el presente se ligaba a una visión antievolutiva de la historia, es decir, formaba parte de un sistema de pensamiento en el que no cabía aun la idea de "una" historia, sino solo de "historias" a las que recurrir a fin de afrontar situaciones concretas particulares.

Como ya se dijo antes, los pensadores antiguos entendían la historia como magistra vitae, según una concepción que atribuía el conocimiento del pasado una función eminentemente moralizadora y didáctica, es decir, orientada a la enseñanza moral sobre los aciertos y errores de los hombres de otras épocas.

Con el paso del tiempo la historia intentó alcanzar fines mas objetivos e imparciales, aunque su original carácter didáctico y formativo se ha mantenido de hasta la fechas en gran medida. De hecho el estudio de la historia sigue considerándose esencial no sólo para la educación de la población en general, sino también de los políticos encargados de regir los países, quienes extraen enseñanzas de la historia para orientar sus decisiones políticas.

La historia solamente es o era magistra vitae cuando se incorporaba al haber sapiencial del pueblo, cuando de ella se extraían ejemplos y enseñanzas, no cuando se vive como pura investigación histórica. El mundo actual, pese a su agudeza para la historia, entiende el sentido histórico como diferencial y ha perdido o esta perdiendo la memoria colectiva.

La Historia como magistra vitae según la definiera Cicerón, como la formadora del hombre y sobre todo del ciudadano, pues sólo ella le muestra su pertenencia real, ha dejado paso cada vez más a la memoria, en donde el ciudadano ha sido transformado en público consumidor. Consume y compra no sólo alimentos sino relatos interesados de las memorias que terminan alienando su espíritu.

La historia ya no puede funcionar como “magistra vitae”, y se convierte más bien en el escenario en el que se ha de salvar continuamente, y de manera siempre renovada y cada vez más acelerada, la diferencia entre experiencia y expectativa.

La práctica política, como práctica significativa, viene a ocupar ese espacio abierto de tensiones. El campo lingüístico sociopolítico viene inducido desde entonces por la tensión abierta progresivamente entre experiencia y expectativa.

Ahora bien, el problema no es el de formular por enésima vez la máxima Historia Magistra Vitae. Digámoslo claramente: la Historia no nos enseña a actuar; Y no nos enseña a actuar, porque nuestros deseos nos inducen siempre a reinterpretarla de mala fe.


No obstante, es la memoria del pasado la que nos dice por qué nosotros somos los que somos y nos confiere nuestra identidad. Los individuos están conscientes de esto, como aquellos niños expósito que se esfuerzan por descubrir sus orígenes para subsanar esa carencia fisonómica que los hace desgraciados, psicológicamente imprecisos, desfigurados por no tener un rostro definido.

La Historia -''magistra vitae''- puede enderezarse pero nunca rescribirse como pretenden: las victorias, las derrotas, los éxitos, los fracasos, las traiciones, las hazañas, las bajezas, la generosidad, la cobardía y el heroísmo son tan tozudos como la Verdad. Los hechos, escritos o ignorados, permanecen inmutables e indelebles con el paso de los siglos. Solo un acto noble purifica de una acción innoble en la Historia que continua. Pero la actitud de alguna de esta gente no permite augurar que pueda cambiar nada.

Aun reconociendo que todo hecho histórico puede ser aleccionador para los tiempos posteriores no conviene mitificar lo arcaico. El hecho histórico en sí mismo es irreversible e irrepetible. La historia sí es maestra de la vida pero no para comprender las posibilidades del presente, sino la vida misma en su significación eterna. La historia demuestra que las grandezas han existido siempre. Para que la historia se transforme verdaderamente en magistra vitae, es todavía necesario que se aprenda la lección.

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