domingo, 20 de diciembre de 2009

Pintura de historia e imaginario nacional: El pasado en imágenes


Durante todo este tiempo pintura de historia ha ocultado su importancia, al ser el constructor de un imaginario nacional, capaz de hacer de la nación la forma básica de identidad colectiva del mundo contemporáneo, además de reconstruir los mecanismos de las que se sirvieron los nacientes estados nacionales para hacer de éste género pictórico un importante agente de nacionalización de lo imaginario.

Por lo tanto, la pintura de historia es producto de un siglo, el XIX, que había iniciado su paso estético con el intento hegeliano de dividir la historia del arte en tres grandes épocas: simbólica, clásica y romántica, de las que esta última estaría definida por el triunfo de la idea y de la pintura. Hay que tener en cuenta que son estos principios que determinan algunos rasgos formales característicos, y sobre los que volverán los críticos al juzgar las obras expuestas, es decir, la necesidad de verosimilitud, claridad de lectura y dramatismo compositivo. En otras palabras, lo que se pide a la pintura de historia es que se represente el pasado como un relato verdadero, verosímil, capaz de atraer la atención del espectador y atraparle en su argumento.

La pintura de historia es un discurso, pero no cualquier tipo de discurso, sino uno público. El objetivo último de los cuadros de historia decimonónicos era que los adquiriera el Estado para ser expuestos en algún museo o adornar las salas o pasillos de los edificios oficiales, donde los veían y leían un gran número de personas. Ya desde su propia concepción material es una pintura de carácter cívico, abocada a la exposición pública y alejada de cualquier incitación de privacidad, en la mayoría de los casos, el tamaño de los cuadros hacía imposible que los compraran clientes particulares.

Por otra parte, durante toda la época moderna, existió un cambio radical en el concepto de pintura de historia. Progresivamente las historias nacionales desplazaron a la historia sagrada como fuente de inspiración de los pintores. Por esto, la pintura de historia representa el triunfo de una nueva sensibilidad, de un nacionalismo fervoroso y su éxito, en detrimento de la pintura religiosa. El gusto del público acabó por decantarse del lado de los cuadros de historia laica, vistos como cuadros con ideas, frente a otros géneros que, bien no las tenían, caso de los de costumbres, retratos o paisajes, o bien sus ideas no respondían a las necesidades de la nueva sensibilidad, como la pintura de historia religiosa. Gracias a esto el Estado pudo utilizar la pintura de historia como un sistema de coerción ideológica que le permitirá crear consenso social en torno a la existencia de una nación que legitima el ejercicio del poder estatal sobre el conjunto del territorio nacional.

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