El proceso de industrialización que comienza durante la época del porfirismo abrió a las mujeres las puertas de fábricas, talleres, comercios, oficinas públicas, y amplió también su participación dentro del magisterio. Así la mujer comienza a salir, de traspasar los límites que impone el hogar, la familia y la tradición para desenvolverse en otras actividades, preocupación que se manifiesta en la prensa de la época, en tanto la autonomía podía significar la renuncia de ellas a su función que es considerada en esa época como "natural", para estar a cargo del hogar, es decir, la maternidad y el matrimonio.
Por lo que en los primeros años del siglo XX empiezan a brotar organizaciones de trabajadoras, que estuvieron conformadas por profesoras normalistas y obreras de la industria textilera principalmente, que se vinculan al Partido Liberal Mexicano, desarrollando así una gran labor política en contra del gobierno de Porfirio Díaz, lo que provocó la detención y la persecución de algunas de sus miembros integrantes.
Por ejemplo, magonistas como Juana Belén Gutiérrez de Mendoza (editora del seminario Vésper); Dolores Jiménez y Muro (colaboradora en la revista La Mujer Mexicana, redactora y firmante del Plan de la Sierra de Guerrero, el antecedente más inmediato del Plan de Ayala), y Elisa Acuña y Rosette (integrante del centro director de la Confederación de Clubes Liberales en 1903) fundaron en la cárcel la sociedad "Hijas de Cuauhtémoc", movimiento para liberar a los presos políticos. Las maderistas Teresa Arteaga y Carmen Serdán formaron grupos antirreeleccionistas y difundieron los principios de la democracia de Francisco I. Madero.
La profesora Silvina Rembao, escribió una serie de artículos en contra de la dictadura, publicados en los periódicos locales de Chihuahua. También así Margarita Ortega y su hija Rosaura Cortari, militantes magonistas, combatieron en los estados norteños de Baja California y Sonora. La mayoría de éstas mujeres, que eran simpatizantes y seguidoras de Francisco I. Madero, se organizaron en ligas antirreeleccionistas encargadas de divulgar las ideas democráticas, principal bandera de lucha en esta primera etapa de la Revolución.
Así se crean La Liga Femenil de Propaganda Política, constituida en 1910 por Teresa Arteaga, Ma. Luisa Urbina, Joaquina Negrete, María Aguilar, Adela Treviño y Carmen Serdán, entre otras; la Liga Feminista Antirreeleccionista Josefa Ortiz de Domínguez; el Club Sara Pérez de Madero; el Consejo Nacional de Mujeres Mexicanas, por mencionar algunas, trabajaron en la campaña de apoyo a Madero. La actividad llevada a cabo por las hermanas Narváez en Puebla a lado de Carmen Serdán, demuestra la participación política y el nivel de compromiso sostenido con la causa revolucionaria.
Durante el periodo de 1913 a 1917 contó con una amplia participación femenina. Las mujeres que estaban presentes con el maderismo se integraron las distintas facciones revolucionarias: constitucionalistas, zapatistas, villistas, y desde los distintos frentes: doméstico, sindical, militar, político y feminista. Mariana Gómez Gutiérrez, profesora de una escuela pública en Ojinaga, Chihuahua, inicialmente se unió a la causa maderista y posteriormente participó activamente levantando las armas con el ejército de Pancho Villa.
Dentro del constitucionalismo, que fue la facción triunfante de la Revolución, la presencia femenina fue numerosa. Las mujeres en las diversas regiones del país se incorporaban a las fuerzas activas realizando las tareas que les eran encargadas. Este movimiento legitimó su participación, al reconociéndoles grados militares y méritos revolucionarios, lo que hizo posible la representación femenina en la arena política. Plantear los problemas específicos de las mujeres y desarrollar estrategias, fueron las tareas que dentro de la legalidad realizaron quienes se anexaron al carrancismo.
Sin embargo, el Congreso Constituyente negó el derecho de voto a la mujer desconociendo con ello la participación activa y numerosa que las mujeres habían desplegado durante la lucha armada revolucionaria; éste discurso patriarcal se afanaba en mostrar a la mujer recluida en el mundo de lo doméstico, excluyéndola de los asuntos relacionados con la política.
En este contexto encontramos a Hermila Galindo quien sostenía que la participación activa de las mujeres debía darse tanto en los asuntos políticos del país como en los privados. Al promulgarse la nueva Constitución en febrero de 1917, Hermila Galindo lanzó su candidatura para diputada por el 5o. Distrito Electoral de la Ciudad de México con la intención de hacer pública la demanda de las mujeres que exigían el derecho de voto; sabía que con ello sentaba un precedente para las nuevas generaciones. Este proyecto reivindica en lo fundamental, la igualdad de hombres y mujeres.
En cambio, los derechos laborales, que fueron una exigencia permanente de las mujeres, sí fueron incorporados en el artículo 123 de la nueva Constitución. Quedó fijado un salario mínimo en condiciones de igualdad con el hombre, se estableció en ocho horas la jornada máxima de trabajo, se protegió la maternidad y también quedaron prohibidos los trabajos insalubres y peligrosos tanto para las mujeres como para los jóvenes menores de 16 años.
De esta manera, desde los últimos años del régimen porfirista, se levantaron voces feministas que exigían para las mujeres mayores oportunidades educativas, mejores salarios para las trabajadoras y la reforma al Código Civil.