El 18 de noviembre de 1095, el papa Urbano II convoca una peregrinación armada hacia Tierra Santa para salvarla de las manos de los "infieles" turcos Selyucidas. Con euforia, una muchedumbre de personas de toda condición se dispuso a participar de esta aventura, posteriormente conocido como cruzadas. Con todo el bloque de países latinos entregados a esta guerra santa, liderados por la alta nobleza y a la cabeza el papa, el 15 de julio de 1099, los cruzados se adueñaban, después de un cruento asedio, de la ciudad santa de Jerusalén. Con la conquista de Jerusalén, ahora en poder cristiano, quedaba abierto el camino seguido por peregrinos y penitentes hacia el Santo Sepulcro, así como rutas comerciales. Sin embargo el dominio cristiano sobre la ciudad santa sería muy precario. Después de la conquista, la mayoría de los peregrinos armados sólo deseaban regresar a sus tierras. Solamente unos trescientos caballeros y algunos miles de infantes decidieron establecerse en Tierra Santa para defender las conquistas cristianas. Fue gracias al esfuerzo de las órdenes monásticas creadas expresamente para combatir que los cristianos se mantuvieron en oriente.
A pesar que que ahora los peregrinos podrían ir de Europa al Santo Sepulcro sin salir de tierras cristianas, aun persistían muchos problemas. Durante la travesía tenia que pasar por tierras hostiles y desoladas, infestadas de bandoleros. El rey de Jerusalén ocupado por los diversos problemas que sufría su reino, no podía actuar como lo demandaba la situación Fue en este momento cuando Hugo de Payns junto con su compañero Godofredo de Saint-Adhemar fundan en 1115 una orden monástica consagrada en custodiar a los peregrinos, la orden de los pobres soldados de Cristo.
Los primeros miembros de esta orden fueron sólo siete caballeros franceses. Este grupo había jurado frente al patriarca de Jerusalén, los votos de castidad, pobreza y obediencia. El rey Balduino II, les había concebido cuarteles en las mezquitas que estaban situadas en el solar del antiguo Templo de Salomón. Por este motivo la orden sería conocido la orden del Temple, y sus miembros templarios.
Hugo de Payns vio la necesidad de ampliar la orden, por lo que regresó a Europa para conseguir apoyo. Sorprendentemente fue recibido con entusiasmo por uno de los eclesiásticos más eminentes de la cristiandad, Bernardo de Claraval. A pesar de que siempre estuvo en oposición a la institución caballeresca convencional, Bernardo de Claraval observó en las órdenes militares un medio de santificar la guerra al servicio de la religión. En su escrito De Laudibu novae militiae San Bernardo justifica a la orden del Temple: "Ellos pueden librar los combates del señor y pueden estar seguros de que son los soldados de Cristo...Si da muerte al enemigo no es homicida. Reconozcamos en él al vengador que está al servicio de Cristo y al liberador de los cristianos."
Gracias a la misión de Hugo de Payns en occidente, la nueva orden obtuvo grandes simpatías entre los príncipes de la cristiandad. Pronto llegaron donativos y limosnas a sus arcas y generosos mecenas ayudaron a sufragar los gastos de la orden en Tierra Santa. El Temple estaba compuesta por una minoría de caballeros profesos, complementada por capellanes, sargentos de armas artesanos y visitadores. A la cabeza se encontraba el gran maestre, elegido por un concilio general en la casa matriz en Tierra Santa. Únicamente se sometían al papa.
La imagen del caballero templario se hizo muy popular y apreciado en toda la Cristiandad. Ello se debió no sólo a su vida ejemplar, basada en la regla cisterciense, sino también por el aspecto que presentaba su uniforme: capa blanca, cabellos rapados y barba poblada. La cruz bermeja sobre el hombro derecho fue una concesión del papa Eugenio II en 1147.
A lo largo del Siglo XII, el Temple fue acrecentando sus fuerzas y se involucró progresivamente en la defensa de los Estados latinos de oriente. Para contener la presión constante que ejercían los ejércitos musulmanes, los templarios, al igual que los hospitalitarios, se vieron forzados a construir grandes fortalezas que aseguraban la defensa del territorio con el menor esfuerzo humano posible. La disciplina del ejército templario en Tierra Santa se refleja minuciosamente en su regla. El templario no podía rendirse ni dar cuartel al enemigo. Como teóricamente no podía caer prisionero tampoco podía ser rescatado por la orden.
Aunque los templarios, junto con la orden del Hospital alcanzaron la fama de grandes combatientes y estrategas, también obtuvieron sonados fracasos. Saladino aplastó a las fuerzas cristianas en la batalla de Hattin y el 2 de octubre de 1187 ocupó la ciudad de Jerusalén. A partir de ese momento comienza el declive de las órdenes militares-religiosas y de los Estados latinos de oriente. Trece de los veintitrés maestres templarios murieron en combate.
A pesar de que Jerusalén caería de nuevo a manos cristianas en la quinta cruzada gracias a los tratados que firmaron el emperador Federico II y el sultán Al-Kamil en 1229, los reinos cristianos de oriente estaban condenados. La ciudad santa volvería a manos musulmanas doce años más tarde y más tarde caerían ciudades importantes como Cesarea y Arsuf. En 1291 los musulmanes conquistaron San Juan de Acre, última ciudad cristiana en Tierra Santa.
La caída del último bastión cristiano en oriente, trajo consigo un cierto desprestigio a las órdenes militares, particularmente a los templarios. Al no poder cumplir con su objetivo primordial de proteger a los peregrinos en Tierra Santa, el Temple se replegó hacia occidente. Mientras tanto en Francia, el rey Felipe IV el Hermoso intentaba controlar el poder y los bienes de la orden del Temple. Intentó lograrlo por4 varios métodos sin éxito alguno, pero en 1305, un antigue prior templario, Esquin de Floyrano, compareció ante Felipe IV, denunciando horribles crímenes de los templarios. Felipe IV, junto con su canciller Guillermo de Nogaret buscaron el sustento jurídico para dar validez a las denuncias en contra del Temple. El 14 de septiembre de 1307 circuló la orden de arrestar y entregar a la inquisición a todos los templarios de Francia.
Entre las acusaciones se encontraban, la negación a Cristo, besos obscenos sodomía, idolatría, entre otros. El papa Clemente V, quien estaba muy influenciado por Felipe el Hermoso convoco un concilio en Vienne en 1311 para decidir la suerte de la orden. El concilio aprobó la disolución de los templarios y la confiscación de sus bienes.. El 8 de marzo de 1314, el último maestre templario, Jacques de Molay, junto a otros treinta y seis templarios fueron quemados en la hoguera en una isla del Sena. El papa Clemente V murió pocos meses después. Ocho meses más tarde moriría Felipe IV a consecuencia de una caía del caballo. Tendría la misma suerte el canciller Nogaret. Esquin de Floryano moriría apuñalado.
De la Croix, Arnaud Los Templarios en el corazón de las cruzadas, 1era edición, Ariel, Barcelona, 2005,
Eslava Galán, Juan, Los Templarios y otros enigmas medievales, 13 edición, Planeta, Barcelona, 2001,
Read, Piers Paul, Los Templarios: monjes guerreros, 1era edición, Ediciones B, Buenos Aires, 2006,